domingo, 22 de enero de 2012

Editorial de La Urraka N°16

EL DURO TRABAJO DE SER ESCRITOR

Cuando un escritor se inicia en el mundo de las letras, no alcanza a imaginar las grandes dificultades con que tropezará a la hora de querer publicar su trabajo. Al principio pensará, ingenuamente, que bastará con mandar un poema, un cuento, o cualquier crónica a algún diario para verse publicado. No faltará el iluso que agregue su fotografía tomada en estudio, donde compra al mundo con una sonrisa, su currículo generoso y manipulado para impresionar al editor o quien haga sus veces. Después irá al quiosco más cercano por un periódico para encontrarse con su propio talento. ¡Y tenga! Recibe el primer golpe de realidad. Su nombre no aparece por ninguna parte de las páginas revisadas con la lupa descomunal de sus ojos. Entonces comprende que ser escritor es una de las profesiones más duras del mundo.

Empieza a visitar editoriales, a cotizar el precio de publicar libros, de desfilar infructuosamente por las oficinas públicas encargadas de hacer cultura, de involucrarse con políticos que le prometen libros en ediciones de lujo, de las propuestas vulgares de falsos mecenas, y un sin número de intentos fallidos que lo dejan sin aliento y con la certeza absoluta de que es mejor dedicarse a otra cosa. Todo esto sin contar el infarto familiar cuando “la primera célula de la sociedad” se entera del disparate de ser escritor. Lo anterior se multiplica por exponente infinito cuando el asunto es de poesía. Ahí sí se dañó el linaje, “¿y qué dirá la abuela?”

De pronto se le enciende el bombillo y piensa en las revistas. Inicia una seguidilla de envíos por correo físico y virtual, después mucho silencio y la incertidumbre de si los trabajos habrán llegado a su destino, si la dirección estuvo correctamente anotada. Pero lo más grave es que comienza a dudar de sí mismo y si en verdad tiene las cualidades necesarias para ser considerado poeta o escritor, según sea el caso. La resaca le dura un tiempo determinado, depende de la voluntad de cada quien, posteriormente fija su atención en los concursos literarios y ve un sol al final del escabroso túnel. Comienza el conteo de cuartillas, pago de remesas, verificación de reglas y un etc. de caprichos de los organizadores: que Times Roman, que Arial. A veces se topa con su nombre en algún espacio sideral y arma una fiesta de quien ha obtenido el Nadal o el Cervantes.
Pasado el jubileo aterricen pies, y a aprender informática, a darle duro a la tecnología para crear una página Web para que el mundo sepa que existes.

Ésta la parte anecdótica, pero la parte siniestra es el tráfico de influencias, que no de talentos, de los que de alguna manera “han llegado”, del miedo de perder lo logrado, de que un aparecido mueva la silla. De la prefabricación de “ganadores” de concursos para vender un libro, de las editoriales sacando libros de “autores famosos” muertos hace mucho tiempo, a quienes no hay que pagarles derecho de autor; de los amigos que “redactan muy bien” ocupando páginas editoriales de diarios que no pagan porque suficiente es que se den un “baño de importancia”; y de otras muchas situaciones nacidas de la mediocridad, que no vale la pena señalar, por ser suficientemente conocidas.

Sí, escritor(a) o poeta, has escogido una profesión dura, muy dura, pero de ti y de nadie más depende hacerla digna. Si renuncias, simplemente no tenías el temple necesario que el arte exige.

1 comentario:

Anónimo dijo...

RAZÓN CONCEDIDA ¡¡¡¡¡¡