jueves, 26 de enero de 2012

Editorial de La Urraka N°27

IMPORTANCIA DE LOS TALLERES LITERARIOS

Nadie duda de la gran importancia que tienen los talleres literarios en la formación y desarrollo de aquellos que pretenden dedicarse al duro oficio de las letras, pero la eficacia de los mismos pasa por el criterio de quien o quienes dirigen dicho proceso. Decimos esto porque no deja de ser nefasto y deprimente, que las personas encargadas de orientar, por decirlo de alguna forma, la vocación o inquietudes de los que se inician en estas lides, procuren que sus pupilos escriban como ellos.

Los talleres literarios no son un culto a la personalidad de quienes lo coordinan o dirigen, la misión esencial es permitir que cada integrante encuentre su propia voz, en el caso de la poesía, o su estilo, si se trata de los cuentistas, cronistas, etc. Es por ello que resulta vergonzoso toparse con “maestros” seguidos de una fila de clones lanzando vivas a los cuatro vientos por la genialidad del jefe, porque, desgraciadamente, se vuelven verdaderos capos de la “cosa nostra” literaria.

Flaco favor se le hace al arte cuando permitimos que nuestro ego campee por encima del compromiso que adquirimos al ponernos a la cabeza de un taller literario y olvidamos que tenemos al frente a personas sin una sólida instrucción y que andan buscando una forma de manifestarse, dispuestos a confiar en el escritor al que reconocen con mucho mayor estudio y experiencia que ellos.

Un director de taller puede sentirse satisfecho cuando logra que los integrantes aprendan a respetar el oficio, a entender que es una disciplina que requiere mayor lectura que escritura, que la autocrítica es absolutamente necesaria e imprescindible, a recibir y exponer las críticas con altura, que publicar no es urgente ni de vida o muerte, a no mirar como rivales y mucho menos como enemigos a los demás creadores, a ser humildes y reconocer que quizás su fuerte no sea la literatura, a buscar y encontrar el propio camino, algo tan ineludible e importante para trascender en este campo.

No se trata de auto promocionarse, como hacen algunos profesores universitarios en su cátedra, que se ponen de acuerdo entre ellos para colocarse de lecturas obligatorias y cultivar el mutuo elogio. El tallerista debe ser un facilitador, no una camisa de fuerza para quien se inicia. Un clon nunca conocerá el sendero de la originalidad, está condenado al fracaso, a la rodilla en tierra, a ser un segundón. Su nombre tal vez sea mencionado una que otra vez por influencia del director, pero su trabajo será parasitario y transitorio.

Este editorial, en esta ocasión, pretende ser un llamado a la reflexión, no sólo para quienes manejan grupos, tertulias y talleres literarios, sino de cualquier rama del arte, para que permitan el crecimiento de sus discípulos. El mayor honor de un maestro es que su alumno se haga independiente y siga solo por el camino que se construya a sí mismo.

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